Por lo general, las inversiones de una cartera se reparten entre acciones, bonos y activos monetarios, pero también pueden incluir exposición a otras clases de activos, como valores inmobiliarios, hedge funds, capital riesgo y materias primas.

La preponderancia de la decisión sobre la asignación de activos sobre a la selección de acciones individuales se basa en que las diferentes clases de activos no tienen una correlación absoluta, es decir, que su rendimiento no sufre los mismos altibajos durante el mismo periodo.

En consecuencia, las carteras se benefician cuando se invierte en distintas clases de activos y, gracias a la diversificación, el inversionista puede optimizar la rentabilidad ajustada al riesgo que le ofrece su cartera.

La gestión activa dentro de una clase de activo puede arrojar un rendimiento relativo positivo; es decir, puede ofrecer un rendimiento superior al del índice de referencia correspondiente, ya sea porque los activos individuales seleccionados rinden mejor que el índice general, o porque las decisiones de mercado se tomen de forma oportuna y resulten beneficiosas.

Conozca el valor de la asignación de activos

Encontrar la asignación de activos idónea es fundamental porque dicha asignación determinará en gran medida la rentabilidad total de la cartera. Los inversionistas deben diseñar una cartera diversificada por clases de activos y por segmentos dentro de cada clase de activo.

Una vez definido con claridad el objetivo de rendimiento y la disposición y capacidad de tolerar el riesgo, ¿qué se hace? ¿Dónde debería invertir su dinero?

Aunque la cifra exacta puede variar y dependerá de sus perspectivas específicas, se cree que, como mínimo, un 80 % de la rentabilidad de la cartera se debe a la asignación de activos, por lo que es crucial decidir la parte del patrimonio que debe invertir en cada clase de activo.

Un patrimonio diversificado es un patrimonio protegido

En el siguiente gráfico se muestra el rendimiento de las tres asignaciones estratégicas de activos con distintos niveles de riesgo: renta (menos riesgo), equilibrada y crecimiento (más riesgo). Aquí se aprecia que, a largo plazo, una cartera con un nivel de riesgo superior logra una rentabilidad total superior, pero, a cambio, experimenta mayores fluctuaciones del valor.

¿Qué debe plantearse para decidir la distribución de activos de su cartera? En primer lugar, debe asegurarse de que las inversiones en la cartera tengan el potencial necesario para ofrecer la rentabilidad que busca.

En segundo lugar, en cuanto al riesgo, es importante comprender el concepto de la diversificación y luego asegurarse de que el nivel de riesgo total de la cartera sea adecuado.

Una estrategia práctica

Una cartera con un único activo o con varios activos que siempre hayan sufrido altibajos al mismo tiempo, correría un mayor riesgo de que las inversiones de toda la cartera incurrieran en pérdidas al mismo tiempo, lo que supondría un perjuicio para el patrimonio.

En un caso extremo, digamos que alguien invirtiese todo su patrimonio en las acciones de una única compañía y que una evolución negativa propiciase una caída del 20 % en el precio por acción de la empresa, la cartera del inversionista perdería un 20 % de su valor.

Sin embargo, si estas acciones supusieran solo un 1 % de una cartera bien diversificada, la repercusión total para la cartera de esta caída del 20 % en el precio por acción se limitaría a perder un 0,2 %.

En esta situación, al inversionista le interesaría que la rentabilidad de las demás inversiones de la cartera compensara o, en el mejor de los casos, contrarrestara con creces esta rentabilidad negativa, ya que la rentabilidad total sería positiva. Este ejemplo ilustra que, al plantearse la asignación de activos, la expresión «no apueste todo a una sola carta» es la clave.

Amortiguar el impacto de las acciones hundidas

Es importante diversificar tanto por clases de activos como dentro de las clases de activos; es decir, una cartera debería invertir en más de una clase de activo (acciones, bonos, activos monetarios) y, al mismo tiempo, la parte dedicada a la renta variable debería diversificar su exposición por regiones, sectores y estilos de inversión, en vez de concentrarse en las acciones de unas pocas empresas. Asimismo, la parte de renta fija deberá diversificarse por segmentos, duraciones, etcétera.

Independientemente de cuánto se analice todo, la única certeza en esta vida es que la incertidumbre existe, por lo que cualquier inversión conllevará riesgos, en algunos casos más y en otros menos. Si un inversionista reparte sus fondos entre muchas cestas diferentes, la pérdida completa de una de esas cestas (p. ej. si el valor de una acción individual cae a cero) tendría un impacto relativamente reducido.

O sea que, a la hora de invertir en una cartera, las inversiones deben repartirse entre distintas clases de activos. Históricamente, las distintas clases de activos nunca han tenido una correlación perfecta. La diversificación reduce el riesgo y puede reducir la volatilidad de la rentabilidad total de la cartera.

¿Arriesgar o no arriesgarse?

Pero, tras hablar tanto de reducir el riesgo, cabe recordar que una cartera también se vería afectada si no asume suficiente riesgo. El diseño de una cartera eficiente que minimice el riesgo para una determinada rentabilidad prevista es muy importante, pero también lo es invertir en suficientes activos de riesgo, porque, si el horizonte de inversión es suficientemente largo, el riesgo asumido debería ser beneficioso.

El siguiente gráfico muestra los cambios en el rendimiento de la asignación estratégica de activos Equilibrada al asignar una porción mayor a los activos monetarios. Se ve con claridad que, a medida que se incrementa la asignación en activos monetarios, el rendimiento total de la cartera desciende.

La renta variable, aunque tiene una mayor volatilidad, suele arrojar una rentabilidad superior, mientras que los activos monetarios hacen lo contrario. Una inversión a largo plazo reduce la probabilidad de que el inversionista pierda dinero con la renta variable.

Además, el envejecimiento de la población provoca un mayor riesgo de longevidad (el riesgo derivado de que las personas vivan más de lo previsto) y, por lo tanto, un mayor riesgo de que los ahorros se agoten antes del final de la vida.

Asignación de activos con la mente puesta en el futuro

Para salvar esta brecha entre las necesidades y los medios disponibles, los ingresos de una persona tras su jubilación dependerán en mayor medida del ahorro y de las inversiones personales que de cualquier pensión pública.

Por eso, en el entorno actual de creciente esperanza de vida, escasa rentabilidad de los bonos y tasas de interés bajísimas o hasta negativas, es más importante que nunca que los inversionistas tengan una asignación adecuada en activos de riesgo.

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