¿Cuál inversión es la mejor? ¿La que tiene un 50 por ciento de probabilidades de obtener un gran beneficio y un 50 por ciento de probabilidades de sufrir una pérdida de igual magnitud, o la que tiene una probabilidad mucho menor de sufrir una pérdida y un beneficio desproporcionadamente menor pero más seguro?

Cuando se les presenta esta opción, la mayoría de los inversionistas optan por la inversión con menor riesgo de pérdida. Sin embargo, matemáticamente, la expectativa de beneficio de la primera es mayor que la expectativa de beneficio de la segunda. La primera es la opción racional, pero no se ve ni se siente así. Por lo visto, las emociones casi siempre anulan el criterio racional. ¿A qué se debe esto? ¿Hay algo que pueda hacerse para contrarrestar su influencia en las decisiones de inversión?

Alterar los patrones de comportamiento que están implícitos

«La conducta de todos los seres humanos está impulsada por las emociones, más de lo que nos gustaría admitir. Las emociones son los motores de nuestro comportamiento y estos patrones de comportamiento conforman nuestra forma de invertir, para bien o para mal», explica Christian Gattiker, Head of Research de Julius Baer. De hecho, las emociones son tan poderosas que, incluso cuando estamos prevenidos, seguimos siendo presa de su influencia. «Con frecuencia, la gente tiene que descubrir por las malas que la intuición y las emociones son una trampa».

Una de las trampas más comunes es la tendencia a vender demasiado pronto las acciones que ganan valor, mientras se mantienen demasiado tiempo las que lo pierden. «Este es un comportamiento muy común y uno de los errores más típicos», afirma Gattiker. «Por una parte, la gente ve una ganancia y quiere hacerla efectiva de inmediato por miedo a que se revierta. Por la otra, se enamoran de una acción y no quieren creer que ya pasó de moda. Nadie es inmune a estos rasgos del comportamiento y no solo afectan a los inversionistas privados, sino también a los gestores de fondos profesionales».

Los patrones de comportamiento están implícitos y, por tanto, se pasan por alto o se desconocen con frecuencia. Esto puede explicar por qué, aunque la mayoría no puede evitar dejarse influir por sus emociones cuando toman decisiones de inversión, la mayor parte de la gente, si se le pregunta, diría que no lo hace. La negación del problema es el mayor obstáculo a superar. «Pregunte a 100 personas cómo creen que conducen; la gran mayoría dirá que conducen mejor que la media. Pero eso no puede ser cierto. Si cambia «conductor» por «inversionista», obtendría el mismo patrón de respuesta», dice Gattiker.

Es una cruel verdad que la mayoría de nosotros tenemos una opinión demasiado elevada de nosotros mismos. Llegar a comprender que no somos inmunes a los errores que cometen otros inversionistas puede resultar humillante. «Darse cuenta de que se ha caído en una de las típicas trampas del comportamiento es doloroso», explica Gattiker.

Las peores trampas

  • Dar más credibilidad a las historias que apoyan nuestros puntos de vista y descartar las que no lo hacen.
  • El «comportamiento de manada», en el que los inversionistas corren en la misma dirección creyendo que la persona que va delante de la manada sabe más que ellos.
  • La parálisis causada por el miedo a hacer algo incorrecto: este fenómeno suele producirse después de que ocurre una crisis de mercado y los inversionistas se llevan un susto.
  • Mantener a los perdedores durante demasiado tiempo y vender a los ganadores demasiado pronto: la primera trampa está causada por la parálisis al ver que el valor contable del activo se sitúa por debajo del precio de compra; la segunda está causada por la impaciencia y el deseo de obtener un beneficio rápidamente.

Evitar los problemas más comunes aplicando tanto el criterio como las reglas

Una lección que se puede aprender es el valor de las reglas y la importancia de aplicarlas de forma sistemática. Sin embargo, esto es solo la mitad de la historia. Si las reglas fuesen suficientes, las máquinas tomarían consecuentemente mejores decisiones de inversión que los seres humanos. Pero no es así. «El problema de las máquinas es que, si bien son buenas en la inversión basada en reglas, carecen de criterio. Esto significa que tienden a ser procíclicas», dice Gattiker. «Aunque se programen para ir a contracorriente, continúan siguiendo el ciclo».

La clave para romper con el patrón es utilizar tanto el criterio como las reglas de forma complementaria y no depender de solo uno de ellos. Es necesario utilizar el criterio para entender la dinámica de los movimientos del mercado, pero también para hacer una evaluación sosegada de las cifras y basada en las reglas.

También es vital exponer constantemente sus puntos de vista a personas que los contradigan. Entre los gestores de fondos, esto se consigue mediante un sistema de controles y balances. En cada decisión intervienen al menos dos personas con perspectivas muy diferentes. Aunque las decisiones se rigen por los procesos de inversión, siguen estando expuestas a otros puntos de vista. «No todos los profesionales experimentados piensan igual. Para su portafolio será mucho mejor si lo gestiona un grupo que si lo gestiona una sola persona», explica Gattiker.

Contáctenos