Las ventajas de la inversión pasiva son claras y sencillas

Warren Buffett es un reconocido inversionista, cuyo éxito se basa, entre otros, en aspectos como su firme apuesta por el enfoque pasivo, un estilo de inversión cauto en el que se mantienen activos sólidos durante un largo periodo sin realizar ajustes periódicos. Tanto para el enfoque pasivo como para el activo es necesario tener en cuenta los fundamentos de la inversión, es decir, comprender los factores que influyen en el valor de los activos a lo largo del tiempo, como las tendencias macroeconómicas y la situación financiera de las empresas y los sectores.

«Cuando tenemos participaciones en empresas excepcionales con juntas directivas excepcionales, nuestro periodo de tenencia favorito es para siempre», bromeaba Buffett en una carta a los accionistas en 1988. La frase se ha convertido en una de las máximas de la inversión pasiva y describe perfectamente el enfoque: en el estilo pasivo, se evitan las maniobras repentinas en la cartera y se prefiere mantener pacientemente inversiones fiables a largo plazo. Aunque la expresión «para siempre» no debe tomarse al pie de la letra, ayuda a ilustrar la idea de la inversión pasiva. Más que cualquier otro estilo de inversión, el enfoque pasivo exige paciencia, confianza en los fundamentos y un temple de acero: como muchos inversionistas saben, aferrarse a un activo concreto durante periodos volátiles puede ser una experiencia aterradora.

Sin embargo, si puede lidiar con esos periodos de tensión del mercado —y si posee un conocimiento profundo de los fundamentos de su inversión—, las ventajas de la inversión pasiva son evidentes, como sugiere Buffett. El índice S&P 500, por ejemplo —prácticamente la inversión más popular a nivel mundial, sobre la base de fondos indexados— ha subido más de un 180 % en la última década. Es probable que el inversionista que compró un replicador del índice S&P 500 en 2013 y no lo tocó durante esos 10 años haya quedado bastante satisfecho con sus resultados. Por supuesto, ha habido muchas jornadas bursátiles complicadas durante ese tiempo: solo en marzo de 2020 se registraron tres de los peores días en la historia del índice S&P 500, cuando la pandemia de COVID-19 sacudió los mercados bursátiles. Sin embargo, el inversionista que prefirió vender ante las turbulencias de aquel mes puede haberse perdido una recuperación igualmente sustancial, ya que el S&P 500 alcanzó máximos históricos unos meses más tarde, en septiembre.

Mejor pasar más tiempo en el mercado que buscar el momento preciso

Naturalmente, la inversión activa, un estilo de mayor riesgo en el que los inversionistas buscan títulos individuales que creen (o esperan) que tendrán un rendimiento superior al del mercado en general y hacen operaciones frecuentes para aprovechar los movimientos de los precios, tiene sus propias ventajas. Aunque los inversionistas activos están expuestos a mayores riesgos, potencialmente desastrosos, sus ganancias pueden ser muy superiores a las de los inversionistas pasivos. La elección de la inversión adecuada en el momento oportuno puede producir rendimientos que «batan al mercado», y hay varios ejemplos de inversionistas activos astutos que realizaron jugadas espectaculares de este tipo. George Soros, otro inversionista de enorme éxito, es famoso por sus tácticas altamente especulativas: en 1992, convencido de que el valor de la libra esterlina caería pronto, acumuló una serie de apuestas masivas contra la divisa británica durante varios meses. Su estimación resultó acertada y obtuvo un beneficio de 1 000 millones de libras cuando la libra esterlina perdió valor. Por supuesto, si Soros hubiera apostado mal, sus pérdidas habrían sido estrepitosas.

Sin embargo, acertar con el momento preciso, como hizo Soros en 1992, es más fácil de decir que de hacer, y para la mayoría de los inversionistas es improbable que tales jugadas resulten rentables. La naturaleza más arriesgada de la inversión activa puede provocar pérdidas considerables en periodos de crisis del mercado, episodios en los que un gran número de inversionistas pierde dinero, aunque unos pocos afortunados que apuesten en la dirección correcta recojan beneficios. Los picos de volatilidad intensa tienen menos impacto en el inversionista pasivo: un mes o incluso un año difícil no es ninguna calamidad para el inversionista a largo plazo, siempre y cuando sepa mantener la calma. «Mejor pasar más tiempo en el mercado que buscar el momento preciso, casi siempre», escribió el analista de inversiones Kenneth Fisher en un artículo para USA Today en 2018, dando a los inversionistas pasivos un eslogan útil.

En 2007, el propio Buffett hizo una apuesta de un millón de dólares en el debate «time versus timing», planteando un desafío al sector de los hedge funds. En la opinión de Buffett, un simple fondo basado en el índice S&P 500 debía rendir por encima de la selección activa de acciones de los gestores de hedge funds durante un periodo de 10 años. Protégé Partners aceptó la apuesta y, durante la década siguiente, la empresa compitió contra el poder de la inversión pasiva. Finalmente, el hedge fund se rindió tras obtener una rentabilidad de 220 000 dólares, frente a los 854 000 dólares del fondo basado en el índice S&P 500. Si bien Protégé obtuvo una rentabilidad positiva, fue mucho menor que la del mercado en general.

En última instancia, ceñirse a un objetivo de inversión a largo plazo requiere disciplina y confianza, especialmente teniendo en cuenta el bullicio diario de las noticias económicas. Aunque haya decidido mantener un determinado activo durante varios años, unos pocos días de información negativa bastan para mermar la confianza de cualquier inversionista. Si le resulta difícil mantener estas relaciones a largo plazo, puede tomar algunas medidas para respaldar sus estrategias de inversión pasiva.

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