En plena Ciudad de México, el Viaducto Río de la Piedad es la viva imagen de una ruidosa autovía de seis carriles, tan contaminada y saturada que se ha convertido en un auténtico infierno rodado, donde los coches circulan a menos de seis km/h en las horas punta. No es el lugar más indicado para disfrutar de una tarde agradable o dar un paseo con amigos.

Sin embargo, esto fue precisamente lo que consiguió hacer en 2012 un grupo de activistas liderado por el arquitecto medioambiental Elías Cattan. Tras escalar la valla de un puente, se sentaron en círculo sobre la enorme mediana de hormigón que divide la transitada avenida, y allí almorzaron tranquilamente. Cuando la gente preguntó qué era exactamente lo que hacían, simplemente contestaron: «Estamos disfrutando de un picnic junto al río».

Esta iniciativa pretendía dar visibilidad a lo que realmente se encontraba en el interior de esa estructura de cemento sobre la que estaban merendando: el Río de la Piedad. En 1942, esta corriente de agua fue el primer río de Latinoamérica en ser canalizado a través de una tubería. Diez años más tarde, sobre ese conducto se construyó una avenida diseñada para conectar la ciudad con el recién inaugurado aeropuerto y, a partir de ahí, el único indicio que delata la presencia de un curso fluvial es el propio nombre de la autovía: Viaducto Río Piedad.

En realidad, quienes participaron en el picnic de aquel día pretendían sensibilizar a la opinión pública sobre una cuestión más trascendente: «Nuestra relación con el agua debe ser más sistémica y profunda», proclamaba el manifiesto del grupo en su momento, que llamaba a «dejar de considerarla como un mero recurso de consumo, sino más bien como una fuerza capaz de transformar y generar vida».

La ciudad contra el agua: una lucha milenaria
Antiguamente llamada Anáhuac por los aztecas – que significa «junto al agua» –, el valle de la Ciudad de México estaba irrigado por 45 ríos que fluían desde las montañas hasta varios lagos y lagunas, creando un vibrante ecosistema formado por pantanos y humedales. Toda la ciudad de Tenochtitlán, hoy la capital del país, estaba construida sobre un lago que, más tarde, fue desecado por los conquistadores españoles para dar paso a la nueva ciudad colonial.

En el siglo XX, la presión de una urbe en fulgurante expansión, la contaminación y las enfermedades relacionadas con el agua (como la polio) llevaron a los urbanistas mexicanos a abrazar de nuevo la tradición de soterrar los ríos del valle. El resultado fue un aumento de las inundaciones durante la temporada de lluvias (México DF recibe más precipitaciones anuales que Londres), al convertirse las calles en auténticos torrentes debido a la falta de porosidad del suelo – como si la naturaleza se cobrara su venganza.

Irónicamente, a día de hoy, este valle otrora fértil y húmedo en el que viven 22 millones de personas ha pasado a ser una de las 11 megaciudades del mundo en las que escasea el agua. Ahora, el suministro necesario para abastecer la capital mexicana, ubicada a 2 300 metros de altura sobre el nivel del mar, debe bombearse desde las cuencas situadas a menor altitud a través del Sistema Cutzamala, una costosa infraestructura hidrográfica que recorre cientos de kilómetros.

En este sentido, aquel picnic junto al río envió un contundente mensaje: el agua estaba viva, y tanto Elías Cattan como sus compañeros tenían una visión muy clara de cómo transformar los ríos de la ciudad.

Así nació el proyecto Ecoducto
Antes de organizar estos almuerzos reivindicativos, Cattan pasó más de tres años colaborando con un equipo de expertos en biología e urbanismo, gracias al mecenazgo del Regenesis Group – una entidad estadounidense líder en diseño ecológico –. Inspirándose en obras como el parque Cheonggyecheon – un proyecto de renovación urbana que revitalizó el centro de Seúl (Corea del Sur) convirtiendo un río cubierto por una autopista en un espacio verde de ocio –, Cattan y los suyos propusieron una idea para limpiar el río, abrirlo al cielo y habilitarlo como espacio público.

La primera versión del concepto de Ecoducto le valió a Cattan ganar el prestigioso premio Holcim Awards para proyectos de construcción sostenible en América Latina en 2011. Este logro atrajo el interés de especialistas en urbanismo y activistas medioambientales, que decidieron unirse a los picnics. No obstante, para un amplio sector del público, la iniciativa no dejaba de ser – cuando menos – quijotesca.

Sin embargo, los picnics siguieron celebrándose de manera regular. Con el tiempo, sus reivindicaciones fueron secundadas a nivel nacional por activistas como Antonieta Peregrina, que se asoció con varias ONG y activistas locales para organizar sus propios picnics junto al contaminado río Atoyac, cerca de la ciudad de Puebla.

Pero en 2017, las cosas tomaron un giro dramático. Defensores del medioambiente, incluida la propia Antonieta Peregrina, grupos cívicos como Isla Urbana y pequeños negocios (restaurantes, cines locales…) se unieron para crear Cuatro al Cubo, una asociación de intervención ciudadana para revitalizar los espacios públicos urbanos de manera sostenible. Con cada vez más adeptos y fuerza en la calle, los picnics atrajeron a miles de personas. El entonces alcalde de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, movilizó a la policía para expulsar a los activistas. Armados con sus teléfonos móviles, los manifestantes llenaron las redes sociales de imágenes y videos del suceso, catapultando el hashtag #picnicenelrio como trending topic en todo el país.

Esta vez, los vientos comenzaron a soplar a favor de los defensores del proyecto y, cediendo a la presión pública, la Secretaría de Desarrollo Urbano de la capital mexicana finalmente accedió a construir el parque. «Al principio, querían iluminar el parque con hileras de bombillas azules para escenificar que un río transcurre por debajo», confesó Cattan en una entrevista. «Dijimos que la idea no estaba mal pero… ¿por qué no mostrar el agua de verdad, en vez de esa imitación?».

Mientras el proyecto Ecoducto iba cobrando impulso, Cuatro al Cubo se puso en contacto con el Dr. Alejandro Federico Alva Martínez, hidrobiólogo de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México y especialista en el diseño de biofiltros para aguas contaminadas. Este experto creó una pequeña planta de tratamiento de aguas en medio de la autopista, la única de su tipo en México, y que depende principalmente de la gravedad para depurar 30 000 litros de agua de río altamente contaminada cada día.

El parque, con sus 1,6 km de extensión, fue inaugurado en 2018 y, aunque solo utiliza una pequeña fracción del agua del río, ya está generando un impacto apreciable: «Aquí solía haber cuatro especies de pájaros – asegura Alva –. Ahora tenemos 17 especies de aves que interactúan con 13 clases de plantas acuáticas y 47 especies de insectos».

El follaje de este nuevo parque ha reducido los niveles de ruido del tráfico en diez decibelios y, según la experta en desarrollo sostenible María Márquez, el proyecto recuperará los costes en su primer año. Supone un retorno para la ciudad de MXN 80 millones al año (en torno a USD cuatro millones) en forma de servicios ecológicos como el filtrado de agua, la captura de CO2, la reducción de la contaminación atmosférica y la regulación de la temperatura ambiente, así como servicios sociales: espacios públicos, zonas verdes y de ocio… Pero la labor de este grupo está lejos de haber concluido: Peregrina, que ahora dirige Cuatro al Cubo, es la encargada de convertir el lugar en un laboratorio urbano para concienciar a la gente sobre las condiciones naturales del Anáhuac. Recientemente ha inaugurado un Pabellón del Agua, ubicado en la intersección entre dos calles y el parque, donde se impartirán talleres sobre tratamiento de aguas, agricultura urbana y activismo social.

Ahora, el parque es una amplia avenida donde se suceden bancos, jardines e infografías, y se encuentra dividido en cuatro partes. La primera es la planta de tratamiento de aguas, desde la cual el agua fluye por gravedad hacia una sección temática que recrea el hábitat salvaje de la fauna del valle. El río sigue su curso hasta llegar a un huerto urbano para terminar en un centro recreativo con columpios, zonas de juegos y espacios deportivos con máquinas al aire libre. Tal y como asegura Márquez, al principio los vecinos eran reticentes a bajar al parque por miedo a la polución del tráfico, pero es ahora un espacio icónico que forma parte de sus vidas. Por la mañana se puede ver a mucha gente corriendo, paseando a su perro o yendo en bicicleta al trabajo. En cuanto al valor inmobiliario de los pisos que rodean el Ecoducto, ha aumentado apreciablemente.

Nos reunimos con Cattan un ajetreado martes por la tarde en el parque que ha diseñado. A lo lejos podemos apreciar el pequeño arroyo que traza su curso entre jardines y plantas. Una pareja de turistas pasea tranquilamente, un ejecutivo trajeado charla por teléfono sentado en un banco, un joven hace skate en la avenida… «Si por mí fuera – admite Cattan, contemplando el riachuelo –, abriríamos todo el río y reproduciríamos este proyecto en toda la ciudad. Pero primero, necesitamos cambiar la relación de los chilangos (habitantes de la Ciudad de México) con su entorno. Este parque es un buen comienzo».

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