Cuesta mucho imaginar Berlín y no tener presente Tempelhof. Primero, porque es enorme: con tres km2, el antiguo aeropuerto ocupa el doble que Hyde Park, en Londres, y casi la mitad del neoyorquino Central Park. En segundo lugar, se encuentra en pleno centro de la ciudad: se puede llegar en apenas media hora desde la famosa milla de oro de Kurfürstendamm en bicicleta o transporte público, un trayecto que no alcanza los 20 minutos en coche. Por último, Tempelhof rebosa historia, hazañas e infamia: fue el escaparate aeronáutico de los nazis y el corazón del puente aéreo que salvó a Berlín occidental del bloqueo soviético.

Renegar de Tempelhof sería como derribar el Coliseo de Roma, arrasar el Kremlin de Moscú o derruir la Gran Pirámide de Guiza: sencillamente impensable. No obstante, las ciudades se transforman, y Berlín ha cambiado mucho desde 1989, cuando el llamado «muro de protección antifascista» por fin se vino abajo. La urbe dividida desde 1945 pudo reunificarse, al igual que sus respectivos países: Alemania Occidental y Oriental dejaron de ser estados separados y, en 1999, Berlín volvió a ser oficialmente la capital de todo el país, un honor que siempre había ostentado hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

El regreso del gobierno central a Berlín ha permitido a la ciudad recobrar su protagonismo mundial. Estas tres décadas postmuro han sido testigo de una prosperidad espectacular: los ingresos de los berlineses occidentales se han duplicado, y los de sus vecinos orientales se han triplicado. Por encima de todo, dos ciudades y regiones que fueron competidoras durante 40 años se convirtieron en una sola, lo que dio lugar a nuevos enfoques en distintos campos, siendo uno de los más relevantes el replanteamiento de la configuración de los aeropuertos de la zona.

Antes incluso de la reunificación, el tráfico aéreo del aeropuerto de Tempelhof se había visto reducido por contar con pistas muy cortas e instalaciones anticuadas. Desde mediados de los 80, la mayoría de los vuelos de Berlín Occidental no despegaban de Tempelhof sino de Tegel, al oeste de la ciudad, y la mayoría de los vuelos de Berlín Oriental iban a Schönefeld, al sureste. La caída del muro supuso una oportunidad para agrupar todos los vuelos comerciales en un solo lugar, y la decisión recayó en Schönefeld. En 2008, un referéndum convocado para decidir si se mantenía en funcionamiento el aeródromo urbano de Tempelhof obtuvo un resultado negativo, por lo que más tarde ese mismo año, las operaciones de vuelo se cancelaron definitivamente. 

 ¿Y ahora qué?
De pronto quedaba disponible una inmensa parcela indivisa de suelo urbano. Multitud de grupos propusieron diversos usos posibles: Tempelhof podía servir como parque, espacio para organizar conciertos o concentraciones multitudinarias, incubadora de empresas, museo, complejo deportivo, jardín botánico o palacio de congresos. En lugar de elegir un único uso o limitarse a unas pocas funciones, en 2010 las autoridades municipales de Berlín optaron por abrir el antiguo aeródromo a todas las propuestas.

Se creó una asociación público-privada para gestionar el desarrollo y el uso del espacio no edificado. Desde entonces, se han llevado a cabo decenas de proyectos: huertos urbanos, campos de minigolf, teatros improvisados, talleres de reparación de bicicletas, zonas de barbacoa y picnic, canchas de baloncesto, campos de béisbol y de fútbol, espacios para perros y nichos para la observación de aves. Aquí también se encuentra el primer terreno de juego oficial del mundo para practicar el jugger – un curioso deporte que combina elementos del hockey sobre hierba, el rugby y el quidditch. Las antiguas pistas de despegue y de rodaje hoy son surcadas por todo tipo de deportistas: ciclistas, corredores, patinadores, bailarines, skaters, amantes de la BMX y el longboard

Con la llegada del fin de semana, la enorme explanada adquiere aires festivos. «Tempelhof se ha convertido en un patio de recreo donde se puede experimentar el pasado y el futuro de forma simultánea, desorientadora y emocionante», escribe el novelista Nathaniel Rich en la revista The Atlantic. «Una fría tarde de noviembre, me encontré a cientos de berlineses paseando, corriendo y andando en bicicleta por las pistas. Otros volaban cometas, hacían malabares y se reunían para almorzar sobre el césped. Un patinador impulsado por una vela de windsurf se deslizaba con la fuerza de la brisa. Aquí hay lugar para todo y para todos».

Hasta aquí, todo idílico. Pero cabía pensar que una parcela con semejante valor inmobiliario terminaría convertida en bloques de pisos, oficinas y centros comerciales ¿verdad? En realidad, no ha sido así. En 2014, a pesar de la escasez de viviendas asequibles en la ciudad, los berlineses votaron a favor de proteger el espacio exterior del aeródromo, preservando su uso mixto actual y poniendo freno a una propuesta de reurbanización proyectada para 2021.

Un espacio para la historia
Paralelamente, se han hecho esfuerzos para preservar el pasado emblemático de Tempelhof. En las pistas, un recorrido histórico sembrado de paneles informativos narra los acontecimientos ocurridos a lo largo de los siglos. No se puede olvidar, por otra parte, el propio edificio de la terminal, testimonio y símbolo de la historia de Berlín: con 1,2 km de largo, su potente diseño masivo de hormigón es una muestra de la arquitectura que cautivó a sus constructores nazis. El gigantesco tejado de la terminal albergará una galería histórica interactiva y, en breve, la antigua torre de control volverá a abrir sus puertas, ofreciendo a los visitantes vistas panorámicas de 360˚ de la ciudad.

En este caso, la gestión de los edificios ha sido confiada a otra asociación público-privada, que ha captado a un centenar de entidades arrendatarias. Una antigua residencia para oficiales militares es ahora una incubadora de empresas TIC. El inmenso hall de salidas y llegadas acoge hoy galas, convenciones y ferias. La prestigiosa exposición anual Art Berlin se ha trasladado a uno de los antiguos hangares para aviones. Una de sus organizadoras, Maike Cruse, asegura que «las históricas salas de Tempelhof propician un diálogo internacional en torno al mercado del arte de Berlín».

Tanto el interior como el exterior han sido reacondicionados para la celebración de eventos deportivos. El maratón anual de Berlín, que cada año reúne a más de 90 000 corredores y aficionados, tiene su centro operativo en Tempelhof. Las carreras de coches eléctricos de Fórmula E también han encontrado una sede estable: el circuito del aeródromo ha sido escenario de grandes premios en cuatro de los últimos cinco años, incluyendo el E-Prix 2019 de Berlín, disputado el pasado mes de mayo.

Por último, Tempelhof también ha propiciado un uso temporal que no se ajusta a ninguna de las categorías anteriores. En 2016, distintas zonas de la terminal y de los hangares se destinaron a albergar refugiados que, en su mayoría procedentes de Siria e Iraq, llegaban a Europa huyendo de la guerra civil siria. Hasta 7 000 solicitantes de asilo han vivido en el aeropuerto en condiciones espartanas, una experiencia comparada por un periodista con «vivir en una estación de ferrocarril». Según informa el diario Berliner Morgenpost, su estancia allí terminará este mismo año.

Todos los refugiados alojados allí se trasladarán a un antiguo centro de convalecencia cercano, con una infraestructura más adaptada a la vida cotidiana. Por tanto, la renovación del aeropuerto no sigue una línea recta, sino que busca siempre el lugar que le puede corresponder en la siguiente etapa de la historia. «Sigue siendo un lugar de llegada y salida», declara Thomas Oberender, director de una de las asociaciones público-privadas que gestionan el aeródromo. «Es por lo tanto una buena metáfora para una ciudad que está en plena evolución».

Pasado y presente: la historia de Tempelhof

Si la tierra hablara, las campas de Tempelhof tendrían mucho que decir. Las primeras referencias a este extenso descampado se remontan al siglo XIV, fecha en la que fue utilizado por los caballeros templarios en las cruzadas. Cuando Berlín se convirtió en la capital de Prusia en 1701, fue escenario de maniobras y desfiles militares, y también albergó un cementerio para los soldados caídos. A principios del siglo XX, con el nacimiento de la aviación, la enorme superficie llana de Tempelhof resultó ideal para efectuar los primeros despegues y aterrizajes.

Con el tiempo, se desarrolló hasta convertirse en 1923 en un aeropuerto apropiado para la entonces primera ciudad de Alemania. Sin embargo, cuando los nazis llegaron al poder una década más tarde, lo convirtieron en un lugar de propaganda global. La construcción de los actuales edificios del aeródromo comenzó en 1937 y se detuvo en 1939 debido al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Aunque nunca se llegó a completar, Tempelhof fue un gran icono de la arquitectura nazi: enormes naves austeras de estilo totalitario, repletas de imponentes águilas imperiales talladas en piedra. Más horripilante resultó que ahí se añadiera poco después una prisión utilizada por la Gestapo, la policía secreta alemana, y más tarde un campo de concentración para trabajadores forzados, obligados a fabricar armamento en los hangares y edificios de la terminal.

A mediados de 1945, Tempelhof pasó a formar parte de la zona de Berlín controlada por Estados Unidos. El ejército estadounidense alojó y entrenó tropas allí, pero sobre todo la utilizó como punto de recepción del puente aéreo de Berlín. Entre 1948 y 1949, unos 300 000 vuelos gestionados por los aliados occidentales desafiaron el bloqueo terrestre de la Unión Soviética y lograron proveer de alimentos, ropa y suministros vitales a toda una ciudad sitiada durante años, bajo la mirada del mundo entero. «Tempelhof no solo es una obra maestra de ingeniería civil», asegura Irina Dahne, responsable de una de las empresas que gestionan actualmente Tempelhof. «Es un símbolo de libertad».

Más tarde, el aeropuerto fue perdiendo relevancia. Entre los años 50 y 80, las operaciones pasaron de ser militares a civiles, y aún así la actividad menguó paulatinamente. En la década de 1990 solo acogía a vuelos de corta y media distancia y, en 2008, cerró por completo. Desde entonces, Tempelhof ha tenido un uso mixto, principalmente como parque.

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